Amaneció lloviendo y en un efímero instante tomó la fatídica decisión.
Le ví encaramado al tejado, observando con cara de pánico la altura desde la que se asomaba.
El terror se le dibujaba en negras pinceladas.
Nadie le habría comprendido.
Aunque tampoco nadie le preguntó.
Nadie habría sabido lo que pasaba por aquella cabecita, más loca que nunca.
Quizá tenía vertigo, quizá.
Quizá tuvo una mala noche.
Quizá fue una discusión en casa.
Tal vez lo había perdido todo.
Tal vez estaba sólo.
Una mala racha.
Volvió a observar la calle desde el tejado.
La lluvia empezaba a caer de nuevo.
Subido en aquellas tejas rojas, sus pies empezaban a resbalar.
Un ligero sirimiri le obligó a dar el último paso.
Y entonces, echó a volar.
No volví a verle.